martes, 12 de abril de 2011

Nuestro Padre Jesús Nazareno (Sanlúcar la Mayor)

          El catapaz coge el martillo. Se escuchan tres golpes secos en el paso. Los costaleros dispuestos en el palo cuando suena la voz rota del capataz (...) ¡tos por igual valiente!, que de comienzo la Semana Santa, ¡a esta es!. En poco más de 30 días dará comienzo la pasión, muerte, y resurrección de Jesús. Dará comienzo nuestra Semana Mayor, donde las emociones se transforman en bártulos que de una a otra callejuela trasladamos como si de algo material se tratase.

          Al sonido del tercer aldabón, los costaleros acariciando el madero se elevan hasta llegar al cielo. Suavemente, como si de ángeles del Reino se tratara, reciben el peso de la cruz – Jesús camina hacia el Monte Calvario–. Y de nuevo la voz resquebrajada del Capataz se escucha entre el bullicio ensordecedor de la gente (...) ¡vámonos de frente!. Uno en treinta, y treinta costaleros en uno, deslizan el pie izquierdo para acercarse al dintel que separa el Cielo del Calvario. Jesús camina acompasadamente con paso corto, muy corto, como si miedo tuviere de atravesar ese maldito dintel... ¡pararse ahí; los dos costeros en pareja a tierra!- Dice el capataz-. La cruz del Señor cada vez es divisada mas baja. La plaza enmudece. Sólo el suave y nervioso sonido de las cigüeñas se oye en Getsemaní; ¡Bueno, vámonos de frente! ¡Duro con Él valiente! Jesús Nazareno con la cruz al hombro acaba de salvar el dintel y los costaleros estiran sus cuerpos. Nuevamente, el capataz manda; ¡Vámonos de frente!, y los 30 gladiadores romanos que cargan el santuario de madera, hacen que la túnica lisa de color morado que lleva Jesús se mueva al compás de una tarde de primavera.
          Los rayos del sol se precipitan desde el horizonte, y el reloj de la torre de la Iglesia de Santa María marca las 22:00 de la noche. Sanlúcar vuelve a ser testigo de algo grande, Dios sin apenas darnos cuenta se hará presente en nuestros sentidos.

          A la vez que una legión de almas blancas alzan su voz para proclamar a Sevilla como reza Sanlúcar, Jesús, dolorido, camina fino y clásicamente hasta llegar a la primera “revirá” de la Carrera Oficial, donde alguien, el cual, también formó parte en su día de los pies del Señor, se dejó su vida y toda una historia de amor por su pueblo. Éste se fue sin apenas decir adiós. Se fue forzado, como si llevara más kilos del que le pertenecían en su vida. Se fue sobre los pies, racheando, aguantando la trasera, y ayudando al capataz para que ni un solo guardabrisas rozara en los obstáculos que la vida nos pone en nuestro camino, JUAN ESCAMEZ LUQUE, gracias por todo.

          Y la vida sigue, no podemos quedarnos estancados. Ahora es cuando verdaderamente debemos transformarnos todos en padres de familia para coger las riendas del carro y tirar de ellas –Jesús ya ha caído tres veces–, y tres veces son las que sus 30 cirineos lo han levantado de nuevo. La penumbra de la noche se hace fuerte en Sanlúcar, y la gente, la cual, no es ajena a tanto sufrimiento se acerca a ayudar al señor.

          Son las 00:30 de la noche, y el nerviosismo y la inquietud se vuelve a apoderar del barrio de San Eustaquio. Desde la misma plaza, se observa Marín Feria abajo, como la sombra del Señor cada vez se hace más grande. Su rostro se aprecia cansado, sus manos están sangrientas, y su espalda es el reflejo de amor por un pueblo. Pero de nuevo, el capataz alza su voz al cielo – ¡duro con El valiente! –, y  el cordón de la túnica lisa de color morado que lleva Jesús ya no se mueve, y empieza a hacerse realidad el desafío de la física más elemental.

          San Eustaquio es un hervidero, no se cabe. Pero algo pasa, nadie habla. Viene Jesús, cansado, pero siempre andando de frente, nunca se queda parado, está dispuesto a morir por su pueblo. Y de nuevo, el dintel. Ese maldito dintel. Ese dintel que separa ahora el calvario del cielo, que separa la pesadilla de la realidad, lo ficticio de lo real, lo inhumano de lo humano, ese dintel capaz de hacernos revivir aquello de más de 2.000 años atrás.

          Las campanas repican, el reloj de la parroquia dice que son las 01:00 de la noche, y el señor se encuentra ya en casa, después de haber vivido un eterno calvario. Sanlúcar, a la que los romanos denominaron LUCUS SOLIS, ciudad del sol, ha sido testigo de la presencia de Dios el Salvador, de aquél que todo lo puede y nos protege cada día. A ti señor de Sanlúcar…


Padre y señor nuestro que en otro Reino te encuentras,
Tu nombre ha de ser santificado,
 A nosotros venga tu santidad, tu voluntad hágase,
En lo terrenal y en lo celestial,
Danos el fruto de cada día,
Perdona nuestros pecados como nosotros lo hacemos con los pecadores,
No nos permitas caer en la tentación,
Líbranos del mal.
AMÉN


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